sábado, 16 de septiembre de 2017

El año sin verano – Carlos del Amor



Un título que nos recuerda un hecho famoso en la literatura y, precisamente, sobre el que había leído hace poco en La Estancia además de otras muchas referencias en las redes. Carlos del Amor utiliza este título tan sugestivo para trazar una historia curiosa, quizás más curiosa por la forma de contarla que por la propia historia en sí, ambientada en un Madrid cercano. La historia de un verano que me acompañó en un viaje en tren y lo hizo especial.
Carlos del Amor entrelaza ficción y realidad para contarnos los entresijos de un edificio de Madrid en verano. ¿Ficción y realidad o solo realidad? Posiblemente solo él lo sepa, precisamente ahí está lo curioso de la historia, al menos para mí, una historia contada con visos de realidad, algo que nos podría haber pasado a cualquiera, al menos el principio, pero que un escritor es capaz de sacarle un partido especial. Posiblemente una historia con elementos reales entrelazados de una forma muy amena en una ficción literaria que tan buenos ratos nos hace pasar. ¿Daría la historia de nuestros vecinos para una novela? Posiblemente sí. ¿Son estas historias las de los vecinos de Carlos del Amor? Historias que se convierten en reales en el momento en el que llegan a las páginas de esta novela. Historias que nos hacen disfrutar tanto siguiendo al autor protagonista en la creación de las mismas.
Como decía, me ha parecido muy curioso como presenciamos el germen y desarrollo de la escritura de una novela dentro de la misma novela, no sé qué parte es más interesante si este desarrollo o la historia que contará la novela propiamente dicha. Y luego están los lugares conocidos, es fácil imaginarse ese verano tórrido en Madrid y también pasear por las salas del Museo del Prado, por ejemplo. Un libro que nos trae el eterno deseo de mirar, no a través de una ventana como en aquella Ventana indiscreta de Hitchcock, sino gracias a un llavero que quedó extraviado.

El 2 de agosto dejé el coche en mi garaje habitual. Estaba desierto, jamás lo había visto así. Al llegar al portal, abrí la puerta y maldije una nueva avería en el ascensor, tan bonito y antiguo como poco práctico. Vivo en un sexto piso de un edificio de siete plantas, así que emprendí la escalada resignado. Cuando iba por el tercero, di una patada a algo,…

domingo, 3 de septiembre de 2017

El cuento de la criada – Margaret Atwood



Un regalo de una amiga lectora, un libro del que casi no había oído hablar, solo lo que ella me había contado y del que, desde entonces, he oído hablar mucho. Una distopía, angustiosa como todas, al menos para mí. Todas las que recuerdo haber leído parecen contar hechos futuros, lejanos, difíciles de ver a nuestro alrededor y, sin embargo, esos hechos están ya aquí en tantas ocasiones. 

Así nos cuenta la autora sus dudas y como se forjó la novela en una introducción muy ilustrativa.

En 1984, la premisa principal parecía-incluso a mí- más bien excesiva. ¿Iba a ser capaz de convencer a los lectores de que en Estados Unidos se había producido un golpe de estado que había transformado la democracia liberal existente hasta entonces en una dictadura teocrática que se lo tomaba todo al pie de la letra?

Y si, nos convence, al menos a mi, no es tan difícil que se llegue a producir esta situación. Quizás en algunos países es más difícil un golpe de estado “clásico”, aunque en la novela el golpe de estado es lo de menos, ni siquiera me lo había planteado de no ser por lo que nos cuenta la autora, lo llamativo es como está estructurada la sociedad y de ello tenemos algunos ejemplos reales bastante cercanos. No se podía confiar en la frase “Esto aquí no puede pasar”. En determinadas circunstancias puede pasar cualquier cosa, en cualquier lugar. Y, más aún, cuando pasa con el beneplácito de bastantes, sin darnos cuenta, incluso pensando que es por nuestro bien.
En esta sociedad que nos muestra la novela, la procreación es la protagonista. Todo está preparado para que los niños lleguen. Y curiosamente es una novela en la que solo hay adultos, aunque alguna referencia a niños hay, esto ayuda mucho a esa sensación agobiante de las novelas distópicas, una sociedad distinta en la que posiblemente a nadie nos gustaría vivir, con clases muy establecidas y en las que es imposible cambiar tu situación predeterminada. Comandantes, esposas, criadas, tías, guardianes… protección o exilio. ¿A nadie nos gustaría? Como también comenta la autora Una de mis normas consistía en no incluir en el libro ningún suceso que no hubiera ocurrido ya… y la historia ¿no está condenada a repetirse? No estamos tan lejos de lo que aquí nos cuentan, ¿a qué no estamos dispuestos por algunos deseos? Con solo cambiar la forma de llamarlo…
Una novela con un ritmo lento, fundamental para la historia que cuenta, una novela escrita en los años 80 que no ha perdido nada de su actualidad, al contrario cada vez va siendo más cercana, que deja frentes abiertos y que debería hacernos reflexionar.